Este es un blog que quiere hacer llegar cuentos diferentes a todos aquellos que los quieran leer.

CARLA Y EL GRAN BAILE DE LA FLOR

Para todos aquellos que me conocéis, no os resultará extraño que este cuento hable del ballet, una de mis grandes pasiones desde pequeñita.
He tenido la suerte de tener una sobrina a la que le gusta bailar tanto como me gustaba a mi de pequeña. Cuando la veo, me recuerda a mi en mis primeros años.Se llama Carla, es bailarina de ballet desde hace dos años y le encanta. 
Escribí este cuento pensando en ella, en que pudiera disfrutar una aventura en la que fuese la heroína y por supuesto, su baile fuera la solución a todos los problemas. Lo escribí para ella, pero cuando lo leo, yo misma me siento la protagonista, y por un ratito, me olvido de crisis, problemas económicos y demás líos que tenemos cuando nos hacemos mayores. Disfrutad con su lectura.

CARLA Y EL GRAN BAILE DE LA FLOR
(Primera Parte)
Había llegado el gran día y todo estaba preparado para celebrar la fiesta de cumpleaños de Carla. Su madre había preparado una gran mesa llena de bocadillos, refrescos y muchas golosinas.
Marcaban justo las seis en el reloj del salón cuando sonó el timbre de la puerta. Eran las amigas de Carla.
-         ¡Felicidades, Carla! – dijo María, su amiga del alma –.Toma tu regalo.
-         Muchas gracias – dijo Carla muy ilusionada –. Pasad al salón, ya está todo preparado.
La madre de Carla cogió todos los regalos que habían traído y los dejó en una mesita. Después de la merienda los podrían abrir.
Olga, la hermana pequeña de Carla, salió corriendo de su habitación.
-         ¡Carla, Carla! Toma mi regalo, ez un eztuche de pinturaz—dijo Olga con su característico ceceo.
-         Cariño, no le digas lo que es, vas a estropear la sorpresa – dijo su madre cariñosamente.
Lo dejó junto a los demás regalos y le ayudó a sentarse en la mesa donde ya estaban Carla y sus amigas.
Empezaron a merendar mientras hablaban de todas las novedades del cole, ese año habían empezado Primero. Pronto tendrían su primer examen y estaban muy preocupadas, era una gran responsabilidad. Olga las miraba sin entender muy bien lo que decían, ella solo tenía 3 añitos, y en el cole, sobre todo, dibujaba, pintaba y miraba cuentos.
Cuando terminaron la merienda Carla empezó a abrir los regalos.
-         ¡Mira, mamá! Me han regalado una mochila y un cuaderno de pintar.
-         ¡Qué bonitos son, cariño! Toma, abre ahora el mío.
Carla empezó a romper el papel que envolvía el regalo, estaba muy nerviosa porque no sabía qué era.
 -         ¡Mamá! Son unas zapatillas de ballet violetas, como yo quería. Son preciosas. Muchas gracias, mami – dijo Carla dándole un gran beso.
Siguió abriendo los demás regalos y, de repente, se apagaron las luces. Carla levantó la vista y vio cómo se acercaba su madre con una tarta de nata y chocolate coronada con siete velitas que iluminaban suavemente la habitación. Todas comenzaron a cantar el Cumpleaños Feliz, incluso Olga, que aunque no se la sabía muy bien, hizo un esfuerzo por seguir el ritmo.
-         Vamos, Carla, pide un deseo y sopla las velas – dijo su madre.
“Quiero ser la mejor bailarina del mundo”, pensó Carla. Luego sopló las velas con todas sus fuerzas y todas se apagaron.
-         Deceo cumplido – dijo Olga.
Siguieron jugando toda la tarde. Reían, gritaban e incluso discutían, pero enseguida se reconciliaban. Empezó a hacerse tarde y poco a poco se fueron marchando sus amigas. “Ha sido una tarde genial”, pensó Carla.
Ya estaba anocheciendo y era hora de dormir. Las dos hermanas se fueron a la cama y pronto se quedaron dormidas.
Pasaron las horas, la casa estaba en calma. Era una noche tranquila, de esas extrañas noches en que no se oye ni un solo ruido en la calle.
De pronto sonó un chirrido, como el de una puerta vieja cuando se abre. Carla se despertó sobresaltada y miró a su hermana, que seguía durmiendo plácidamente. Pensó que había sido un sueño y decidió volverse a dormir, pero justo en ese momento vio unas pequeñas sombras que se movían por la habitación. Estaba muy asustada, a punto de gritar, cuando una de esas sombras saltó sobre la cama.
-         Hola, Carla. No te asustes, no vamos a hacerte daño - dijo una personita de no más de un palmo de altura.
-         ¿Quiénes sois? – preguntó Carla con cara de sorpresa mientras veía a dos personitas más que subían a su cama.
-         Mi nombre es Tira, y ellas son Dama y Kira. Somos hadas de la danza y hemos venido a buscarte porque necesitamos tu ayuda.
-         ¿Mi ayuda? Pero si yo sólo soy una niña, ¿cómo puedo ayudaros?
-         Necesitamos que vengas con nosotras a nuestro mundo – contestó Kira.
-         Pero yo no puedo irme de casa sin el consentimiento de mis padres.
-         No te preocupes, no se enterarán. Pronto estarás en casa y ellos no se habrán dado ni cuenta - dijo Tira mientras sus pequeñas alas comenzaban a moverse -. Síguenos, deprisa, llegaremos tarde.
Tira, seguida de sus compañeras se acercó volando al cuadro que había en la habitación, un bonito cuadro con el dibujo de una gran mariposa rosa. Tira acarició una de las alas de la mariposa al tiempo que decía “Que el poder de la danza te haga bailar”. Y, ante la sorpresa de Carla, el cuadro se abrió con un ligero crujido.


- ¡Pero, desde cuándo…!
-         Es una puerta secreta que conduce a nuestro reino, el Reino de la Danza – le explicó Kira -. Siempre que veas un cuadro con una mariposa habrá una puerta secreta detrás.
-         Pero si es un cuadro, yo vi a mi papá colgarlo.
-         Magia, Carla, magia – dijo Tira sonriendo -. Dama, no te olvides de coger las zapatillas, las va a necesitar.
De repente Carla empezó a elevarse de la cama hasta la altura del cuadro y pudo ver un largo y oscuro pasadizo con una suave luz al fondo. Kira se acercó a ella.
-         Vamos, no tengas miedo, yo estoy contigo.
Carla entró en el pasadizo y se deslizó por él de rodillas, ya que el hueco no era muy grande. En seguida llegó hasta el final y, al mirar hacia fuera, se quedó sentada, con sus grandes ojos azules abiertos como platos. Estaba en una sala enorme de techos altos y suelos de baldosas turquesas, todo rodeado de grandes espejos. Era espectacular.
-         ¡Qué pasada, este sitio es precioso!- dijo Carla -. Parece mi clase de ballet pero muchísimo más grande.
-         Es el salón de baile de palacio- le contó Dama.
-         ¡Daos prisa! El rey nos espera – dijo Tira mientras se acercaba a unas enormes puertas que empezaron a abrirse solas.
Carla la siguió lo más rápido que pudo, junto con Kira y Dama, que revoloteaban a su alrededor. Pasaron a un gran pasillo lleno de cuadros enormes y anduvieron por él hasta que llegaron frente a unas grandes puertas doradas custodiadas por dos soldados. Tira se acercó y de nuevo las puertas se abrieron solas. Las tres hadas pasaron delante y Carla entró detrás con cierto temor. La sala era muy grande y estaba repleta de personas que no dejaban de mirarla. Al final de la sala había un enorme trono y sentado en él se encontraba el rey, un hombrecillo de pequeña estatura con una gran barba de color rojizo y una gran corona dorada decorada con grandes esmeraldas de un intenso verde.
Carla se acercó lentamente sin dejar de mirar a su alrededor.
-         Tranquila – le susurró Tira al oído -. Solo tienes que hacer una reverencia cuando llegues ante el rey.
Se detuvieron frente al trono real donde se encontraba sentado el rey. Carla se inclinó realizando el saludo de las bailarinas de ballet.
-         Bienvenida, Carla. Te estábamos esperando. Nos ha costado mucho encontrarte, pero ahora que estás aquí seguro que podrás ayudarnos con el hechizo – dijo el rey.
-         ¿Hechizo, qué hechizo? – preguntó Carla muy sorprendida.
-         El hechizo que la malvada bruja del Bosque Oscuro echó sobre nuestro reino – le explicó Tira mientras revoloteaba a su alrededor -.  Todos los años, al terminar el invierno, celebramos “El Festival de las Flores”. Ese día todos los habitantes del reino festejan el comienzo de la primavera. Hay espectáculos, concursos, ferias y, por último, la princesa Elena junto con los mejores bailarines del lugar representan “El Gran Baile de la Flor”, con el que oficialmente comienza la primavera. Hace dos años, la malvada bruja del Bosque Oscuro se presentó en el festival y acusó al rey de no haberla invitado. “Por el poder del Bosque Oscuro y las fuerzas del mal, primavera, flores y plantas, dormid y nunca despertad, hasta que la mejor bailarina del mundo os venga a llamar”. En ese momento  las flores comenzaron a perder sus pétalos y a la mañana siguiente todos los árboles, flores y plantas del reino se habían marchitado.
-         Pero eso no fue todo, ningún habitante del reino pudo volver a bailar, ni siquiera yo – dijo la princesa Elena, que en ese momento entraba en la sala.
-         Pero yo no puedo ayudaros - se apresuró a decir Carla -, no soy una gran bailarina. Creo que os habéis equivocado.
-         Cuando pediste el deseo por tu cumpleaños las hadas lo hicieron realidad - dijo la princesa acercándose a Carla -. Ahora eres la mejor bailarina del mundo y podrás salvarnos. Ven, acompáñame.
Carla se despidió del rey y de todos los asistentes y la siguió. Dejaron atrás la sala y bajaron por una gran escalera. Salieron de palacio y fueron caminando por lo que en otros tiempos habían sido unos hermosos jardines. Pronto llegaron a un gran anfiteatro, rodeado por cinco grandes árboles que parecían haber sido unos enormes abetos.
-         Aquí se realizaba “El Gran Baile de la Flor”. Con el baile recibíamos a la primavera y en ese momento las primeras flores comenzaban a brotar. Ahora nadie puede bailar y la primavera no ha vuelto a despertar – dijo la princesa tristemente.
-         ¿Cómo puedo ayudaros? – preguntó Carla.
-         Dentro de dos días tendrás que bailar ante todos los habitantes del reino y así podrás despertar a la primavera.
-         ¡Dos días! Pero eso es imposible, no puedo quedarme tanto tiempo. Y además, no me da tiempo a prepararme ni a ensayar. ¡Es imposible!
-         No te preocupes, yo te ayudaré. No puedo bailar, pero puedo enseñarte los pasos, y siendo la mejor bailarina del mundo, no tendrás ningún problema.
-         Pero mis padres se preocuparán al no verme en casa.
-         No se darán cuenta, usaremos la magia de las hadas.
-         ¿Y por qué no usáis esa magia para deshacer el hechizo?
-         No es tan fácil, Carla. La magia de las hadas no es lo suficientemente fuerte como para deshacer este hechizo. Solo tu puedes hacerlo – dijo la princesa mirándola con sus grandes ojos verdes -. Y ahora a trabajar.
La princesa dio unas palmadas y empezó a sonar una música muy suave.
-         Vamos al escenario, te enseñaré los primeros pasos – dijo cogiendo a Carla de la mano.
Carla escuchó atentamente las explicaciones de Elena. Poco a poco fue aprendiendo todos los pasos. Parecía increíble, pero no le costaba nada realizar las piruetas y los saltos que le indicaba. Se sentía feliz, como si hubiese estado bailando esa danza toda su vida.
En unas pocas horas ya se había aprendido todo el baile. Lo ensayó una y otra vez, hasta que comenzó a oscurecer.
-         Ya es muy tarde, volvamos a palacio, debes descansar y reponer fuerzas. Te acompañaré hasta tu habitación para que te cambies y luego cenaremos con mis padres y mis hermanos.

(Segunda Parte)

Cuando Carla entró en su habitación se quedó asombrada. Era una habitación enorme, mucho más grande que la de su casa. Las paredes eran de color rosa  y tenían dibujadas mariposas de todos los colores. Fue a tumbarse en la cama que había en el centro de la habitación. Nunca había visto una cama tan grande, llena de almohadones en forma de mariposa y una colcha con una gran mariposa de alas verdes con círculos rosas. Era tan cómoda que enseguida se quedó dormida.
Toc, toc, toc, se oyó en la puerta. Carla se despertó sobresaltada. Por un momento pensó que todo había sido un sueño y que estaba en su habitación.
-         ¿Ya te has cambiado? – dijo una vocecilla desde la puerta -. Es la hora de la cena.
Dama, la pequeña hada, entró revoloteando  en la habitación.
-         Date prisa, te están esperando en el comedor. Vamos a elegirte un vestido apropiado para la cena.
Dama abrió un gran armario que había frente a la cama y empezó a rebuscar entre los vestidos.
-         ¿Qué te parece este? Con estos zapatos te quedará perfecto.
-         Está muy bien – dijo Carla mientras se acercaba a cogerlo.
Se puso el vestido que había elegido Dama y fue a mirarse al gran espejo de la pared. No sabía qué decir; era el vestido más bonito que había visto jamás. Era de color rosa, pero cuando se movía cambiaba a un azul celeste, como sus ojos. Parecía una princesa.
Dama acompañó a Carla hasta el comedor donde le esperaba la familia real al completo: el rey, la reina, la princesa Elena y sus hermanos pequeños, Gustavo y Roberto. Se sentaron todos a la mesa, que estaba perfectamente colocada, con sus copas, sus cubiertos de plata y sus platos de porcelana.
-         Yo quiero pollo asado con manzana caramelizada y ensalada verde con tomatitos – dijo el príncipe Gustavo.
De repente se oyó un “plof” y en su plato apareció lo que había pedido. Carla se quedó con la boca abierta. Todos empezaron a pedir cosas y al segundo tenían la comida en su plato.
-         Venga, Carla. Ahora te toca a ti. Pide lo que más te apetezca comer – dijo Elena.
-         Quiero… - dijo Carla algo indecisa -. Quiero macarrones con tomate y con mucho queso.
Y con un “plof” apareció el plato delante de ella. Todos comenzaron a cenar mientras hablaban del día que habían tenido y de los nuevos acontecimientos. Los pequeños príncipes no paraban de preguntar cosas a Carla, pero nunca le dejaban contestar.
 De postre, Carla pidió una gran porción de tarta de chocolate cubierta con mermelada de fresa. No dejó ni las migas, era la mejor tarta que había probado.
Ya se había hecho tarde, así que se despidieron y todos se retiraron a sus habitaciones.

Un rayo de sol se coló por las cortinas de la habitación. Carla comenzó a abrir los ojos mientras escuchaba a lo lejos el canto de un pájaro. Nunca antes había oído un pájaro al despertar, y le gustó mucho.
-         Buenos días, Carla – dijo Kira desde la puerta de la habitación -. Vístete deprisa, te esperan para desayunar.
Y con un movimiento del dedo, Kira sacó del armario un bonito vestido de color amarillo con flores rojas y verdes bordadas por toda la falda. Carla se vistió lo más deprisa que pudo y fue corriendo al comedor. Ya estaba toda la familia real sentada. Al igual que la noche anterior, Carla pidió lo que le apetecía desayunar y por arte de magia apareció delante de ella. Era una torre de tortitas cubiertas de fresa y caramelo, junto a un gran vaso de zumo de naranja.
- ¿Qué tal has dormido? – le preguntó Elena.
- Genial, la cama era muy grande y blandita. He dormido de maravilla – respondió Carla mientras se comía el último trozo de tortita.
- Me alegro porque hoy va a ser un día muy duro. En cuanto termines iremos a visitar a la Señora Poop, la modista. Tiene que hacerte el vestido para el baile y no queda mucho tiempo.
En la entrada de palacio les esperaba un carruaje tirado por dos caballos blancos. Carla y Elena se acercaron.
-         Buenos días, señoritas – dijo uno de los caballos mientras agachaba la cabeza a modo de saludo-. ¿A dónde quieren que las llevemos?
-         Al pueblo, a casa de la Señora Poop  – respondió Elena.
Carla se quedó con la boca abierta mirando al caballo que acababa de hablar.
-         Carla, date prisa, entra en el carruaje.
-         ¡El caballo acaba de hablar! No puede ser, los caballos no hablan.
-         Aquí todos los animales hablan, este lugar es mágico.
El carruaje se puso en marcha con un leve tirón. Había un largo camino hasta el pueblo, así que Carla aprovechó para preguntar a Elena:
-         ¿Qué pasó con la bruja del Bosque Oscuro?
-         Cuando nos dimos cuenta de todo el mal que había hecho, mi padre se reunió con el Consejo de las Hadas y decidieron capturarla para intentar que revirtiera el hechizo. Enviaron a los mejores soldados del ejército junto con varias hadas de la danza. La capturaron y la trajeron a palacio. Se hizo un juicio en el que se le declaró culpable de todas las maldades que había hecho y se le ordenó revertir el hechizo, pero el hechizo era irreversible. Iba camino de la prisión cuando consiguió escaparse. No la hemos vuelto a ver y espero que nunca vuelva.
-         Ya hemos llegado – dijo uno de los caballos desde fuera.
Carla y Elena descendieron del carruaje y se despidieron de los caballos. Se encontraban frente a una pequeña casa en cuya pared había un cartel que decía: “Señora Poop. Diseño y Confección”. Llamaron a la puerta y una señora regordeta y muy bajita salió a abrirles.
-         Llegáis tarde, os esperábamos desde hace una hora – dijo de muy mal humor -. No vamos a tener tiempo suficiente. Súbete a ese taburete, vamos a tomarte las medidas para el vestido.
Carla no hacía más que mirar por toda la habitación, y por más que miraba, no conseguía ver a nadie más que a la modista regordeta y a ellas dos. ¿Por qué hablaba en plural?
-         Apuntad: 54, 52, 54, 125, 34 y 58 – dijo en voz alta la Señora Poop.
-         ¿Pero con quién habla? – susurró Carla a Elena, que intentaba aguantar la risa.
-         ¡Silencio! No es hora de hablar, no tenemos mucho tiempo – gritó la Señora Poop-.  Ahora mírame a los ojos.
Carla la miró fijamente. Tenía los ojos castaños, muy pequeñitos y llenos de arrugas a su alrededor, le recordaba a un pequeño topo.
-         Sí, definitivamente tu flor es la violeta. Una flor muy peculiar,  es fuerte, pero a la vez sencilla y elegante. Sí, es la flor que te define. De acuerdo, ya tenemos todo lo que necesitamos. Empecemos el vestido - dijo la Señora Poop dando un par de palmadas.
De repente aparecieron de la nada unos pequeños seres con tijeras, agujas, hilo y telas de muchos colores. No paraban de corretear por toda la habitación mientras la Señora Poop les daba todo tipo de órdenes.
-¿Quiénes son? – preguntó Carla.
- Son los duendecillos costureros. Son muy buenos trabajando con el hilo y la aguja. Ya verás qué pronto terminan el vestido – le respondió Elena.
Las dos se quedaron mirando cómo trabajaban hasta que la Señora Poop lanzó un grito y las echó de la habitación.
-         ¡Fuera de aquí, estamos trabajando! – dijo la modista muy enfadada -. Mañana os llevaremos el vestido a palacio.
Elena y Carla salieron riéndose de la casa y decidieron acercarse a la plaza del pueblo. Había mercadillo y todos los habitantes estaban en la calle paseando y comprando cosas.
-         A este mercadillo vienen artesanos de todo el reino. Demos un paseo, seguro que encontramos algo que te puedas llevar de recuerdo a casa.
Y cogiendo a Carla de la mano se adentraron entre los pequeños puestecillos. Había puestos de fruta, de verduras, otros vendían cestas de mimbre, piezas de cerámica, libros antiguos. Incluso había un pequeño teatro de marionetas rodeado de niños que no paraban de reírse. Decidieron pararse a ver la obra.
-         ¡Acercaos, niñas, acercaos! – oyeron decir a alguien detrás de ellas.
Era una señora de pelo blanco y cara amable que las invitaba a acercarse a su puesto.
-         Los mejores colgantes del reino, hechos a mano con piedras preciosas muy especiales. Protegen del mal y dan buena suerte.
-         Son muy bonitos – dijo Carla cogiendo un colgante con una piedra de color violeta en forma de estrella -, ¿qué precio tiene éste?
-         Tómalo, mi niña, te lo regalo. La estrella violeta te protegerá de aquellos que quieran hacerte daño y te dará fuerza para combatirlos.

Carla se puso el colgante y dio las gracias a la señora con una gran sonrisa en la cara. Mientras se alejaban, Carla se volvió para despedirse de la señora, pero ésta ya no estaba y el puestecito había desaparecido. Miró a su alrededor pero no lo vio.
-         ¿Dónde está el puesto?
-         Vamos, Carla. Nos espera el carruaje, debemos volver a palacio – dijo Elena cogiendo a Carla de forma apresurada.
Las dos regresaron a palacio, donde pasaron el resto del día recorriendo el jardín y ensayando el baile. Poco a poco su amistad se iba haciendo más grande. Carla empezó a ponerse nerviosa, cada vez faltaba menos para el gran momento.  Llegó la noche y decidieron irse pronto a dormir, el día siguiente iba a ser un día muy especial.
Carla no podía dormir, estaba muy nerviosa. Salió al balcón de su habitación. Desde allí podía ver el gran jardín iluminado por una hermosa luna llena que parecía sonreírle.
-         Buenas noches, Carla – escuchó de pronto.
-         ¿Quién ha dicho eso? – preguntó Carla mirando a su alrededor.
-         Soy yo, Luna. No te asustes. En este lugar nosotros podemos hablar.
-         ¿Quiénes?
-         El sol, la luna y nosotras las estrellas – dijo una bonita estrella que había junto a la luna –. Mi nombre es Mía.
Carla no salía de su asombro; sus ojos miraban al cielo y no podía creer lo que veía. ¿Cuántas cosas más podrían ocurrir en este lugar?
-         Te hemos estado observando y sabemos que estás algo nerviosa-dijo Mía-, pero no debes preocuparte, eres una gran bailarina. Mañana lo harás muy bien y por fin volverán las flores al reino. Nosotras desde aquí te apoyaremos.
-         Gracias, Mía. Espero no equivocarme, ni caerme. Estoy tan nerviosa que no puedo  ni dormir.
-         No te preocupes y ve a tumbarte a la cama. Cantaré una canción que hará que te duermas y descanses – dijo Luna con una voz tan suave que invitaba a dormir.
Luna comenzó a cantar una suave canción de cuna y todas las estrellas del cielo la acompañaron. Carla escuchó la canción mientras miraba al cielo sonriendo. Poco a poco se le cerraron los ojos y se quedó profundamente dormida.
-         ¡Buenos días! – dijo Elena entrando en la habitación junto con las tres hadas de la danza -. Ya ha llegado tu vestido y todo está preparado para el festival. ¡Es un día maravilloso!
Carla se levantó de la cama y cogió la bonita caja que llevaba Elena. Estaba ansiosa por verlo. Lo sacó e inmediatamente se lo probó. Fue a mirarse al espejo y, al verse, se quedó sin palabras.
-         Es… es precioso, como si de pronto fuera una flor – dijo Carla sin salir de su asombro.
-         Toma, Carla, tus zapatillas de ballet. Las vas a necesitar – dijo Dama acercándole las zapatillas que le había regalado su madre por su cumpleaños.
-         ¡Estás muy guapa! – dijeron las tres hadas a la vez.
Faltaba muy poco para comenzar “El Gran Baile de la Flor”. Habitantes de todo el reino se acercaban a palacio vestidos con sus mejores trajes. Poco a poco se fueron llenando todos los asientos del anfiteatro, y los que no tenían asiento buscaban por los alrededores un lugar donde poder tener la mejor vista. Carla y Elena estaban tras el telón que cubría el escenario mirando a toda la gente, que no paraba de saludarse y conversar. Allí estaban Tira, Kira y Dama; también estaba la Señora Poop, junto a sus duendecillos; ni siquiera los caballos del carruaje habían querido perdérselo. Carla miró hacia el cielo y allí estaban Mía y Luna apoyándola, como le habían prometido. De repente todos se callaron y comenzaron a sonar unas trompetas. Los reyes se acercaban. Todos se pusieron de pie mientras el rey y la reina, seguidos de sus hijos,  se sentaban en el palco real.
Carla estaba muy nerviosa, no se acordaba de ningún paso del baile, le temblaban las piernas. Miró hacia el cielo y con su mano derecha sujetó el colgante de la estrella violeta. De pronto oyó una voz lejana que decía: “Tranquila, todo saldrá bien, yo estaré contigo todo el tiempo. El colgante te protegerá”. Era la voz de la señora del mercadillo. Carla miró a su alrededor, nadie parecía haber oído la voz, ni siquiera Elena, que estaba a su lado.
-         Prepárate, Carla. Vamos a comenzar – dijo Elena con voz serena en un intento de tranquilizar a su amiga.
Comenzó a sonar la música mientras se abría el telón. En ese momento sintió una gran paz en su interior, la música la envolvía y sin darse cuenta comenzó a deslizarse por el escenario siguiendo a su corazón.
De repente sonó un trueno en el cielo y apareció una imagen aterradora que se acercaba volando en una vieja escoba retorcida.

(Tercera Parte)



-¡ Ja, ja, ja, ja! ¿Creíais que trayendo a una mocosa como esta ibais a poder romper el hechizo? – dijo la bruja del Bosque Oscuro.
Carla dejó de bailar muy asustada. No sabía qué pasaba, la gente gritaba y corría en todas direcciones, los soldados corrieron a proteger a la familia real y Elena cogió a Carla del brazo para sacarla del escenario. Pero Carla no se movió, algo dentro de ella le decía que no se moviera. Agarró su colgante con todas sus fuerzas y dejó de tener miedo.
-         De un simple soplido puedo acabar con ella. ¡Ja, ja, ja, ja! Nunca volveréis a ver la primavera – decía la bruja riendo mientras volaba por encima de las cabezas de los aterrados asistentes.
-         Déjala en paz – gritó el rey -, solo es una niña.
-         ¡No! Debe morir. Nadie romperá el hechizo mientras yo esté aquí.
En ese momento la bruja paró su escoba en el aire y apuntando con su varita mágica a Carla le lanzó un rayo que impactó directamente en su pecho.
Elena gritó. Los asistentes que todavía quedaban en el teatro se quedaron paralizados, el rey miró al escenario sin poder articular una palabra. Hubo un gran silencio.
Fue entonces cuando todos la vieron. Carla se levantó del suelo algo aturdida. Bajo sus pies se encontraba el colgante de la estrella violeta.
-         ¿Qué ha pasado? – preguntó algo confusa.
-         La bruja intentó matarte lanzándote un rayo, pero rebotó y le dio a ella – dijo el rey todavía confundido por lo que había pasado -. La has vencido, ya nunca volverá a hacer el mal.
De repente todos empezaron a gritar de alegría. Corrió la voz de lo que había pasado y todos volvieron al teatro a celebrar el triunfo de Carla. Elena daba saltos de alegría mientras abrazaba a su amiga; incluso Luna y Mía sonreían desde el cielo.
-         ¡Esperad! – gritó Carla a todos los asistentes -. El baile, no he podido terminarlo. Todavía debo despertar a la primavera.
Así fue como Carla volvió a comenzar su baile y esta vez lo pudo terminar. Todo el teatro se puso de pie y durante varios minutos no pararon de aplaudir y gritar de alegría. Las tres hadas de la danza se acercaron a Carla y le entregaron un ramo de flores, ante la sorpresa de ella.
-         Estas flores son especiales – explicó Kira -, son las primeras flores que brotan al llegar la primavera. Son las más bonitas de la estación.
Carla comenzó a llorar de alegría, estaba tan emocionada que no podía decir nada. Miró al público, a la familia real, a la Señora Poop, a los caballos, a Luna y Mía, y por último a su amiga Elena, y, como la gran bailarina que era, hizo una reverencia que puso en pie de nuevo a todos los asistentes.

Carla estaba en su habitación, tumbada en la cama con la mirada perdida. Intentaba pensar en todo lo que había pasado. En su mano llevaba el colgante violeta, lo había recogido del escenario antes de volver a palacio. Ese pequeño objeto la había protegido.
De pronto una luz entró por el balcón y apareció la anciana del mercado.
-         Enhorabuena, Carla. Lo has conseguido; has acabado con la malvada bruja y has despertado a la primavera.
-         ¿Quién eres?
-         Soy tu guía, o hada madrina, como me conocéis en tu mundo. Me llamo Hanna.
-         Gracias por el colgante, Hanna. Me ha protegido de la bruja.
-         Sabía que esa malvada bruja intentaría atacarte. Siempre había odiado la primavera y no iba a permitir que volviera. Por suerte fuiste muy valiente y te enfrentaste a ella sin miedo. Eso le dio el poder suficiente al colgante para protegerte.
-         Cuando la vi allí no tuve miedo. Algo dentro de mí me decía que no podía hacerme daño, que yo era más fuerte que ella.
-         Y así es. Tu fuerza interior es muy grande. No debes perderla nunca. Y ahora vayamos al salón de baile, nos están esperando todos. Es hora de que vuelvas a casa.
Carla y su hada madrina fueron hasta la sala de baile, donde se encontraban todos sus nuevos amigos. La sala estaba repleta de gente, todos sonreían y la saludaban a su paso, algunos incluso la abrazaban. Allí estaba toda la familia real, feliz de verla.
-         Carla, eres la niña más valiente que he conocido – dijo el rey con voz solemne -. Por eso, como soberano del Reino de la Danza, he decidido concederte el título de Gran Dama del Reino.
Todos aplaudieron entusiasmados. No dejaban de gritar “Bravo, bravo”. Elena, que estaba junto a su padre, se acercó a Carla y le dio un gran abrazo.
-         Nunca te olvidaré, siempre serás una amiga muy especial.
-         Yo tampoco podré olvidarte nunca – dijo Carla sin poder contener las lágrimas.
-         Vamos, Carla. Debes irte ya – dijo Hanna, el hada madrina.
-         ¿Podré volver? – preguntó Carla.
-         Sí, algún día volveremos a vernos – contestó el rey.
-         Gracias, majestad – dijo Carla muy emocionada -. Gracias a todos. Nunca olvidaré estos últimos días. Hasta siempre.
Carla entró en el gran cuadro por el que había salido hacía unos días. A lo lejos se veía su habitación, se fue acercando a ella y al llegar al final se dio la vuelta para volver a ver a todos. Allí estaban Tira, Kira y Dama; también estaba Elena, y todas la saludaban con la mano. Salió a su habitación y el cuadro se cerró. Intentó volver a abrirlo, pero no pudo; ya solo era un cuadro.
-         ¡Mamá, mamá! – gritó Carla saliendo de la habitación -. ¡He vuelto, ya estoy en casa!
-         ¿Qué dices, cariño? – dijo su madre algo sorprendida.
-         Debíais estar muy preocupados, pero ya estoy en casa. ¡Os he echado tanto de menos!
-         ¿Pero qué te pasa, has tenido una pesadilla? – preguntó su padre.
-         No. He estado en el Reino de la Danza, necesitaban mi ayuda y tuve que quedarme varios días.
-         ¿Varios días? Pero si solo hace unas horas que te has echado a dormir. Simplemente has tenido un sueño que parecía muy real. Venga, vuelve a la cama – le dijo su madre mientras la acompañaba hacia su habitación.
Carla se quedó muy triste. Todo había parecido tan real, el palacio, sus amigos, la bruja, su hada madrina. De repente se llevó la mano al cuello. Allí estaba su estrella violeta. No había sido un sueño, todo había ocurrido de verdad. Sonrió y susurró:
-         Magia, Carla, magia.