Este cuento tiene como protagonista a mi hijo Sergio y a su muñeco, Wayne. Llevan juntos desde los dos años. Realmente, el muñeco pertenece al hijo de una buena amiga, pero en unas vacaciones que pasamos en su casa, Sergio le cogió mucho cariño y como su hijo no le hacía mucho caso, decidió regalárselo a Sergio. Desde entonces, son inseparables.
El cuento no es un reflejo de la realidad, Sergio ha roto más de un juguete, pero no de forma tan exagerada como en el cuento. Simplemente me salió así la historia. Es un cuento para niños de entre 3 y 6 años.
Espero que os guste.
LA CIUDAD DE LOS JUGUETES
La mañana amaneció lluviosa. Algo extraño para un día de verano. Al mirar por la ventana, Sergio se enfadó. Quería ir a la piscina porque el día de antes, en su fiesta de cumpleaños, había quedado con sus amigos para bañarse y jugar.
—Pero mamá, ¿por qué tiene que llover? Hoy quería ir a la piscina. Quedarse en casa es muy aburrido.
—Está lloviendo mucho y no puedes bañarte. ¿Por qué no juegas con los juguetes que te regalaron ayer? Mira, el garaje que te regaló tu abuela todavía no lo has abierto. Puedes jugar con el y con todos tus coches.
—¡Vaya rollo!—dijo Sergio muy enfadado.
Pasaban las horas y no dejaba de llover. Sergio miraba por la ventana con la esperanza de que saliera el sol. Pero el cielo estaba cubierto de nubes negras.
Al final decidió ir a su habitación. Allí estaban sus viejos juguetes, todos rotos, ya que le encantaba pisarlos y tirarlos contra la pared.
Miró todo que le habían regalado por su cumpleaños. Había un cuaderno de dibujos con un estuche de pinturas, un coche teledirigido y el garaje que le había regalado su abuela.
Se acercó al garaje y lo miró de arriba abajo. Cogió su nuevo coche teledirigido, un todo terreno con unas grandes ruedas y decidió jugar a golpear el garaje con el coche.
Al quinto golpe el garaje se partió en varios trozos.
—¡Bien, he ganado! Sergio, el mejor conductor de todo terreno ha conseguido una nueva victoria. El monstruo garaje ha sido derrotado. ¡Bien, bravo!—gritó mientras corría por toda la habitación y daba saltos en la cama.
De repente se abrió la puerta.
—¿Qué está pasando aquí?—preguntó su madre algo disgustada—¿Por qué gritas tanto?
—Estoy jugando al todo terreno destructor—gritó Sergio lanzando contra el suelo su nuevo coche, que acabó roto en mil pedazos.
Su madre salió de la habitación sin decir nada. Sergio se quedó callado, esperaba que ella se enfadara. Pero no fue así, simplemente se fue.
Al poco rato volvió a aparecer con una gran bolsa. Sin decir nada comenzó a guardar todos los juguetes en la bolsa, hasta que no quedó ninguno.
—¿Qué haces, mamá?
—Estoy guardando tus juguetes. A partir de ahora no vas a tener más— dijo mientras sacaba un muñeco de tela de la bolsa.
Sergio miró el muñeco detenidamente. Era Wayne. Lo tenía desde que era un bebé y siempre había dormido con él. Hacía unos meses, en una pelea con un dinosaurio, se le había descosido un brazo y estaba perdiendo el relleno de su interior.
—Este va a ser tu único juguete. El día que lo arregles y seas responsable, te devolveré los demás.
Sergio se quedó muy serio, pero al poco rato ya se había olvidado. Fue al salón a jugar con la consola, le encantaba jugar a las carreras de Fórmula 1. Pero la consola ya no estaba. Decidió poner la tele y ver su cadena de televisión favorita, pero no la pudo encontrar.
—¡Mamá, la tele no funciona! No encuentro los dibujos —gritó Sergio.
—No, Sergio, la tele no va a funcionar mientras no aprendas a ser responsable— le dijo muy seria.
Sergio no sabía qué hacer. Se fue muy disgustado a su habitación y, al entrar, pisó algo que había en el suelo. Era Wayne. Al verlo, se agachó a cogerlo y lo lanzó contra la cama.
—¡No es justo!
Pasaron varios días y los juguetes seguían desaparecidos. Sergio los buscó por toda la casa, pero no estaban. Quizá su madre iba a cumplir el castigo. Decidió ir a su habitación a buscar a Wayne.
Lo encontró debajo de la cama. Tenía el brazo cada vez más descosido. Fue al escritorio y cogió la barra de pegamento.
—No te preocupes, Wayne. Te voy a arreglar enseguida—dijo Sergio muy convencido.
Pero al poco rato, el brazo se volvió a romper. Lo intentó con el celo, pero tampoco funcionó. Fue corriendo a la habitación de su madre a coger aguja e hilo para poder coser lo, pero como no sabía, terminó clavándose la aguja en el dedo.
—¿Te has hecho daño?—se oyó de repente en la habitación—.¿Te duele mucho?
—¿Quién ha dicho eso?—preguntó Sergio mirando por toda la habitación muy sorprendido.
—Soy yo, Wayne.
Sergio miró a su muñeco. Wayne estaba sentado, mirándole y sonriendo.
—¡Puedes hablar! No es posible, pero si eres un muñeco.
—Siempre he podido hablar, lo que pasa es que tú nunca me habías escuchado.
Sergio no podía apartar la vista de Wayne. Éste se puso de pie en la cama y miró muy seriamente a Sergio.
—Necesito que me lleves a La Ciudad de los Juguetes. Es el único sitio donde me pueden arreglar.
—¿La Ciudad de los Juguetes? ¿Qué lugar es ese? Nunca había oído hablar de él.
—Es el lugar donde nací. Allí viví durante varios años, hasta que llegó el momento de venir a vivir contigo. Recuerdo sus calles, su gente, su alegría….Había un hombrecillo de pelo blanco…el me construyó, era mi padre.
—¿Y no recuerdas dónde está?
—No, no lo recuerdo.
—No te preocupes, yo te ayudaré a encontrarla—dijo abrazando a su amigo Wayne.
Sergio decidió buscar la ciudad por Internet y para eso, necesitaba la ayuda de su padre.
Esa misma noche, habló con él y entre los dos buscaron en la red. Después de un buen rato mirando por diferentes páginas, no consiguieron encontrar nada.
Preguntó a sus amigos del colegio, e incluso a la profesora, pero nadie había oído hablar de esa ciudad.
El sábado por la tarde, fue con sus padres al centro comercial. Allí decidió preguntar en las tiendas de juguetes. Pero tampoco sabían dónde estaba la Ciudad de los Juguetes.
—No, no conocemos ese sitio, búscalo en Internet—le decían unos.
—¿Por qué no compras un nuevo muñeco y ese lo tiras a la basura?— le dijeron otros.
Pero Sergio había dado su palabra y no dejaría de buscar la Ciudad de los Juguetes. Wayne era su mejor amigo y nunca lo abandonaría.
Pasaban los días y Sergio seguía sin encontrar respuestas. Se había acostumbrado a hacer todo con Wayne. En cuanto llegaba del colegio, iba corriendo a su habitación y allí estaba éste, esperándolo. Jugaban al escondite, leían cuentos juntos, daban saltos de canguro…Se habían vuelto inseparables, los mejores amigos.
Un día, al acostarse, la madre de Sergio vio que éste estaba muy triste.
—¿Qué te pasa Sergio?—dijo algo preocupada—¿Por qué estás tan triste?
—Me da mucha pena que Wayne esté roto. No he podido arreglarlo y no consigo encontrar la Ciudad de los Juguetes. Allí nació y es el único sitio donde lo pueden arreglar.
—No te preocupes, cariño—dijo su madre mientras le consolaba—.Voy a ayudarte. Seguro que entre los dos la conseguimos encontrar.
A la mañana siguiente, Sergio y su madre salieron juntos a pasear. Fueron caminando por las grandes calles de la ciudad, plagadas de personas que caminaban de un lado a otro, mirando los escaparates.
—¿A dónde vamos, mamá?
—Es una sorpresa. Ten paciencia, llegaremos enseguida.
Siguieron caminando hasta llegar a una pequeña tiendecita situada en la parte antigua de la ciudad. En el letrero ponía: “Taller de Juguetes”.
Cuando Sergio entró en la tienda se quedó muy sorprendido. Era un lugar muy viejo, con un suelo de madera que crujía al andar y con las paredes llenas de estanterías abarrotadas de juguetes, algunos de ellos rotos.
—Hola, buenos días—dijo un anciano que se encontraba sentado pintando un pequeño tren de madera—.¿En qué puedo ayudarles?
—Buenos días, señor. Mi amigo está roto y no puedo arreglarlo. Necesita ir a la Ciudad de los Juguetes, el único sitio dónde pueden curarle.
—¿Y dónde está tu amigo?
Sergio sacó a Wayne de su mochila y se lo enseñó al anciano. Este lo miró detenidamente y sonrió.
—Hola, Wayne. Encantado de volver a verte—dijo el anciano ante la sorpresa de Sergio.
—¿Conoce a mi muñeco?
—Sí, Sergio. Wayne nació aquí. Yo lo creé y durante unos años estuvo viviendo conmigo, en la Ciudad de los Juguetes, hasta que estuvo listo para realizar su gran viaje.
—¿Esto es La Ciudad de los Juguetes?—preguntó Sergio mirando a su alrededor algo decepcionado. Había imaginado la ciudad de una forma muy diferente.
—Entonces, ¿puede curarle?
—Por supuesto, solo necesito que se quede aquí durante unos días para que descanse.
Sergio miró a Wayne a los ojos y le dio un abrazo.
—¡Wayne, por fin la hemos encontrado!. Te van a curar y dentro de unos días volveremos a estar juntos.
—Gracias, Sergio—dijo Wayne sonriendo.
Al día siguiente, al despertarse, vio que todos sus juguetes habían vuelto a la habitación.
—Has aprendido a cuidar tus juguetes y a ser responsable. Te mereces poder volver a jugar con ellos—dijo la madre de Sergio.
Sergio estaba muy contento. Pasó todo el día jugando con sus juguetes. Pero echaba de menos a Wayne.
Varios días después, la madre de Sergió le dio una sorpresa.
—Ha llamado el señor del taller de juguetes. Wayne ya está listo. Podemos ir a recogerlo.
—¡Bien!—gritó Sergio saltando de alegría.
Esa misma tarde, Sergio y su madre fueron a recoger a Wayne.
—Hola, Sergio. Wayne te está esperando—dijo el anciano.
—¿Dónde está?—preguntó buscando por toda la tienda.
—Está detrás, en la ciudad. Acompáñame, te la enseñaré.
Sergio miró a su madre, esperando que le diera permiso.
—Puedes ir, cariño—dijo sonriendo.
Pasó a la trastienda y al entrar, se quedó boquiabierto. Se encontraba en una gran ciudad coronada por un gran arco iris. Ante él había un montón de edificios, algunos construidos con piezas de plástico desmontables, otros fabricados con cubos de madera. Había casitas de gominolas y mansiones hechas con galletas. Coches de juguete se movían por todas las calles y había muñecos de todo tipo andando de un lado a otro.
—Esta es la Ciudad de los Juguetes—dijo el anciano mirando a Sergio—. Aquí es dónde nacen todos los juguetes, viven un tiempo y luego se van a explorar el mundo. Con los años vuelven con nosotros a disfrutar de este hermoso lugar.
—¿Y Wayne?—preguntó Sergio con cara de preocupación—¿Va a quedarse aquí para siempre?
—No, todavía no. Wayne debe finalizar su viaje antes de volver con nosotros. Estará contigo muchos años.
De repente se oyó el sonido de una sirena y apareció un camión de bomberos con una gran escalera blanca. Paró delante de una enorme casita de muñecas. Un gato de peluche estaba subido en el tejado y no podía bajar. Varios bomberos salieron del camión y en un abrir y cerrar de ojos, habían bajado al gato por la gran escalera.
—¡Este sitio es increíble!—dijo Sergio muy sorprendido.
Fueron caminando por una larga avenida hasta llegar a un bonito parque. Todo tipo de juguetes pasaban allí el día jugando y disfrutando del sonriente sol que había en lo alto del cielo.
—Hola, Sergio—dijo Wayne cogiéndole de la mano—. Bienvenido a mi hogar, la Ciudad de los Juguetes. Ven, voy a enseñarte todo esto.
Wayne le enseñó el parque, comenzando por una pradera llena
de columpios. Eran unos columpios de lo más divertido. Cuando te montabas en
ellos, estos te hacían cosquillas y no podías parar de reír.
Le presentó a sus nuevos amigos, y todos juntos estuvieron
jugando al pilla, pilla, aunque siempre ganaba el mismo, un ciempiés de peluche
que corría a toda velocidad.
A media tarde decidieron
dar un paseo en barco por el gran lago. Pero cuando Sergio vio el barco, prefirió
no subir.
—¿De qué tienes miedo, grumete?—le preguntó el capitán del
barco.
— Es un barco de papel.
—No te preocupes, este barco no puede hundirse, está hecho
de un papel muy resistente—dijo el capitán riéndose—.¡Todos a bordo! ¡Vamos a
zarpar!
El capitán tenía razón, el barco no se hundió y el paseo fue
de lo más entretenido. En cuanto Sergio no prestaba atención, algún pececillo
del lago saltaba hacia él y le lanzaba un chorro de agua de la boca.
—¡Ja, ja, ja!—dijo Wayne entre risas—. Había olvidado
decirte que los peces que viven en el lago son peces de la risa y les encanta
hacer bromas a todo el mundo.
La tarde fue muy divertida y para terminarla, hicieron un
gran picnic con todos los amigos de Wayne. Aunque Sergio no pudo comer nada,
porque al ir a darle un mordisco a un croissant, este se volvió y salió
corriendo dando gritos. Fue un día que nunca podría olvidar.
—Es hora de marcharse—dijo el anciano acercándose —tu madre
os está esperando.
Sergio y Wayne se despidieron de todos y volvieron a la
pequeña tienda, dónde la madre de Sergio les esperaba con una gran sonrisa.
—¡Ha sido genial, mamá!—dijo Sergio muy emocionado—. Tenías
que haberlo visto. Hemos pasado una tarde fantástica. He conocido a todos los
amigos de Wayne y hemos jugado al pilla, pilla. Hemos hecho un picnic y hemos navegado
en un barco de papel.
—Me alegro mucho, Sergio—respondió su madre—. Ahora volvamos
a casa, ya es tarde y seguramente Wayne y tú tenéis muchas cosas que contaros.
Y así fue. Esa noche, Sergio y Wayne pasaron horas y horas
hablando hasta que el sueño pudo con ellos y se quedaron completamente
dormidos.
Desde ese día, Sergio y Wayne fueron inseparables y disfrutaron juntos
de muchas, muchas aventuras.
Nos ha gustado mucho, esperamos con ansiedad el siguiente...
ResponderEliminarMuchas gracia, a ver si me siento a terminar Los Bichos de Sergio. Este si que es un cuento hecho para mi hijo, no solo inspirado en él.
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