Por fín, después de tanto tiempo, he podido volver a escribir. Así que ahí va el primer capìtulo de La Extraña Mansión, un relato que espero que os guste. Por ahora no se que va a ocurrir, porque la inspiración va viniendo poco a poco. Ya veremos que va pasando con este viejo caserón.
Siempre me quedaba mirándola, sobre todo por las noches cuando, tumbada en mi cama, podía ver la tenue silueta de la extraña mansión, lúgubre y aterradora. Imaginaba su interior, oscuro, lleno de secretos y de fantasmas del pasado.
CAPÍTULO 1. El regalo de cumpleaños.
Siempre me quedaba mirándola, sobre todo por las noches cuando, tumbada en mi cama, podía ver la tenue silueta de la extraña mansión, lúgubre y aterradora. Imaginaba su interior, oscuro, lleno de secretos y de fantasmas del pasado.
En los diez años que llevaba en
este barrio, nadie la había habitado. ¿Qué tenía la extraña
mansión para que nadie se acercara ni a diez metros de su valla?
Hacía ya muchos años que el cartel de "SE VENDE" había desaparecido entre la maleza que ahora invadía lo que en otros tiempos había sido un hermoso jardín.Pero hace unas semanas, ocurrió algo:
Era lunes, catorce de marzo, un día que esperaba con mucha ilusión. Cumplía trece años y mi vida era genial. Esa tarde iba a celebrarlo con todos mis amigos. Primero al cine, a ver una de terror, luego al burguer y después, ya veríamos. Seguro que estaban preparando algo. Juan y Marta llevaban varios días muy extraños. Hablaban a escondidas y la profesora les había llamado la atención varias veces por estar pasándose notitas. ¿Qué estarían tramando? Seguro que era una sorpresa. Pero conociéndolos, debía empezar a temblar.
La mañana fue tranquila, clase de mates y después de historia. A la Srta. Ángela le encantaba contarnos si algún personaje famoso de la historia había nacido el día de nuestro cumpleaños. Y si, Albert Einstein, un gran físico de nuestra era, nació el mismo día que yo, aunque muchos años antes.
La hora de comer fue como siempre, inaguantable. No había quien se comiera lo que nos daban, excepto Jaime, alias "Tragaldabas", que era capaz de comerse hasta una piedra. Y no era broma, una vez lo hizo en el recreo. Ganó los cinco euros de la apuesta, pero tuvo que pasar tres semanas en cama, enfermo.
Por fin llegó la hora de salir del cole. Mi madre nos estaba esperando para acompañarnos hasta el centro comercial. Allí vimos la película. Gritamos como locos.
Después del burguer volvimos al barrio y como todavía era pronto, nos quedamos en el porche de casa tomando un refresco y recordando los mejores momentos de la peli.
- ¡Qué miedo da la mansión! - dijo Marta de repente, mientras miraba hacia Juan, que intentaba disimular una pequeña sonrisa.
- No es para tanto. Simplemente es un caserón viejo y ruinoso. Seguro que lo más peligroso que hay dentro de el son las paredes a punto de caerse - dijo Juan.
- ¡Y las ratas! - masculló Tragaldabas mientras le daba un gran mordisco a un donut que nadie sabía de dónde había salido.
- Seguro que no te atreves a entrar - dijo Marta.
- ¿Te apuestas algo? - le respondió Juan con cierta chulería.
- Los deberes de los próximos dos meses.
- Hecho. ¡Vamos todos allí!
Nos acercamos entre risas, aunque algunas de ellas, como la mía, era más de terror que de diversión.
- Vayamos a la parte de atrás, seguro que hay alguna ventana abierta por la que pueda entrar - dijo Juan riéndose y mirando a todos sus amigos.
Fue entonces cuando todo comenzó. En un abrir y cerrar de ojos me sujetaron y entre carcajadas y gritos me metieron por una ventana y la cerraron tras de mi.
- ¡Dejadme salir! ¡No me dejéis aquí! - grité lo más alto que pude.
- No, no. Tu regalo está dentro de la casa. Si quieres conseguirlo, tendrás que buscarlo - dijo Marta entre las risas de todos.
Ya sabía yo que me la iban a jugar, pensé mientras les miraba con cara de pocos amigos. Pero bueno, si ellos habían entrado a dejar el regalo, no sería tan horrible como parecía.
Comencé a mirar a mi alrededor. Estaba en una pequeña sala con la paredes empapeladas, con lo que en tiempos había sido un bonito papel. Ahora estaba todo descolorido y roto. El suelo de madera crujía a cada paso que daba. Salí de la habitación y vi un largo pasillo, coronado por varios candelabros llenos de polvo. Estaba algo oscuro. De pronto, tropecé. Había algo en el suelo. Una linterna con una nota.
"NO SOMOS TAN MALOS. PARA QUE VEAS POR DÓNDE ANDAS".
- ¡Muy graciosos! - grité.
Encendí la linterna y seguí andando por el pasillo. Enseguida llegué a la entrada de la casa. Me quedé muy sorprendida. Había una gran escalera de madera justo en el centro de la sala. Estaba vieja y polvorienta, pero se notaba que había sido hermosa en otro tiempo. Imaginé la sala toda iluminada.. Mujeres vestidas de gala recorrían el hall, sonaba música de fondo, un gran baile. Una hermosa mujer descendía por las escaleras. Y un niño, tímido, iba detrás de ella.
Fue entonces cuando lo oí. Un extraño ruido venía de arriba. Eran como unos golpes fuertes en una puerta. Mi imaginación comenzó a hacer de las suyas. Un fantasma que venía a por mi, un guapo vampiro que vivía allí, un zombie, un asesino que se escondía de la policía...
Me empezó a dar la risa tonta. Si, esa risa que no puedes controlar, típica en casos de miedo absoluto. Eché a correr en dirección a la puerta de salida. Pero al intentar abrirla, me quedé con el pomo en la mano.
Volví a oír el mismo ruido. Estaba muy asustada. Corrí sin saber muy bien a dónde iba y entonces ocurrió. El suelo se hundió bajo mis pies y caí.
- No tengas miedo, yo te ayudare - susurró alguien en mi oído.
Lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos y ver a todos mis amigos rodeándome, con cara de susto.
-¿Estás bien? - preguntó Juan.
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?
- Estás fuera. Te hemos oído gritar y hemos entrado a buscarte - respondió Tragaldabas.
-Estabas en el suelo, inconsciente - dijo Marta muy asustada.
- El suelo se hundió y caí. No recuerdo nada más.
- Bueno, ya pasó todo. Por lo menos encontraste el regalo antes de perder el conocimiento - dijo Juan, mientras trataba de incorporarme.
- No, yo no encontré el regalo- respondí mientras comprobaba que tenía un pequeño paquetito en mi mano.